Háblame en silencio.

Repaso su torso con la yema de mi dedo, aún duerme plácidamente y no despertará a menos que ocurra un desastre natural. Y cuando despierte y mire con sus grandes ojos azules lo primero que verá será mi sonrisa. Suspiro y vuelvo a mirarle atentamente. Me encantan esos labios carnosos y rosados. Respira tan lentamente que apenas noto el subir y bajar de su pecho. Le aparto el mechón rubio de la frente y me pregunto cuanto tiempo más podré aguantar sin volver a besarle.

Entonces él abre sus enormes ojos cuando creo que ya me falta el aire y me mira. Y aquí empieza nuestra silenciosa conversación. Esa que tantas veces me regala que he aprendido a interpretar.

Se rasca los ojos (Buenos días). Yo solo ladeo la cabeza aún contemplándole con los primeros rayos de sol (Por fin has despertado). Sé, que muchas personas necesitan escuchar la voz de esa persona, pero yo no, porque prefiero que me hable en caricias, que me de discursos sobre la piel en forma de besos cálidos. Entonces sonríe (Te quiero) y yo sonrío (Yo también). Los rayos de sol le dan en la cara y su pelo rubio refulge con vigor. Su piel parece un poco más pálida de lo que es normalmente, y yo simplemente me dedico a acariciarle con las yemas de los dedos, notando fría su piel contra la mía. Y mientras miro distraída el recorrido de mis dedos noto su mano sobre mi mejilla reclamando mis ojos sobre los suyos (Te necesito). No puedo evitar cerrar los ojos, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda al notar su caricia (Yo también).

Yo siempre me despierto antes que él, con el primer rayo de luz entrando a través de las cortinas. Y es cuando aprovecho para pasarme las horas contemplándole. Quizás me levanto para preparar el café que tan locos nos vuelve. O quizás me levanto para cerrar las cortinas un poco más y dejarle dormir hasta que los ojos se le abran por sí solos. Luego me meto en la cama otra vez.

Después de todo él se inclina un poco hacia delante y entonces hay dos formas de empezar el día, la primera es un beso, un beso que para nosotros, para él, para mí, (Gracias por existir) y la segunda es una leve caricia con la punta de su nariz sobre mi cuello (Déjame hacerte estremecer).

Así vamos, entre besos, abrazos, sintiendo que cada segundo es la eternidad de una caricia. A veces me pregunto qué es esto, esta cosa que siento, esa especie de escalofrío en mi espalda, esas ganas de morderle la piel, de oírle suspirar, qué es esto que nace dentro de mí, que no me deja dormir si no me abrazo a él. Qué es esto que me impide respirar cuando no está conmigo.

Lo último son dos palabras susurradas sobre mi piel, con esa voz que tanto me gusta, con esa forma pronunciarlo, con esa calidez que hace que palidezca. Con su voz en cada una de las letras que hacen que pierda el sentido.


F(me);

5 comentarios:

Raxu dijo...

No tengo palabras... Todo es tan real pero a la vez tan risueño. Es la mejor manera de levantarse por las mañanas. Me encanta, te lo repito. Perfecto.

Keiko McCartney dijo...

Ojalá algún día éste texto se haga realidad...
perfecto, nada que objetar.

Albanie dijo...

me has dejado boquiabierta. es increible.

Claudia Hale. dijo...

Buf. Es una escena preciosa.
Uno de mis textos favoritos sin duda alguna.
As always, my lady.. (L)

ChicaGuau dijo...

Qué bonito... :)
¡Un beso enorme!

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