Mi ventana roja

El arcén desgastado oía el repiqueteo de muchos pies, y hacía eco de sus caminos, quizás si esas rocas hablaran nos contarían millones de historias, de muchos destinos y de pocas palabras. No hace falta saber a dónde se dirige un hombre para saber que se propone, solo mide sus huellas y su paso, busca en su camino las respuestas del futuro. Quizás no sea buena narradora de historias y puede que quizás haya no mirado hacia atrás en el camino de un hombre. Pero si os puedo asegurar que a través de mi ventana, con su marco rojo y con los cristales limpios excepto por las esquinas, he podido comprobar que hasta el último rincón del cerebro del ser humano puede guardar sorpresas y puede esconder respuestas que llevan a cometer actos de locuras.


Los expertos lo llaman el hipotálamo, los científicos hormonas, los románticos el corazón, los escépticos la locura, yo solo lo llamo amor. Y no es que no nazca en el hipotálamo centro de todas las segregaciones de hormonas que nos hacen sentir, o no es que la locura no se vea obligaba a cometer acto de presencia cuando el amor se trastorna, pero prefiero tomar mis propias decisiones y mis propias conclusiones… Y frente al amor solo me queda decir, que no lo conozco, ni lo conoceré de hecho. Puede que no sientan eso, pero yo, jamás alcanzaré a conocer el amor, si lo sentiré, pero nunca encontraré explicaciones a su sentido y su razonamiento y eso, desgraciadamente, es desconocer lo no conocido.